El comercio ilícito de diamantes ha financiado durante años guerras civiles y violaciones de derechos humanos en países como Angola, la República Democrática del Congo, Sierra Leona o Liberia, entre otros. Se calcula que 3,7 millones de personas murieron en estas guerras solo en las décadas de 1980 y 1990, y otros tantos millones fueron desplazadas. No en vano se los denomina diamantes de sangre. Una paradoja de la abundancia en toda regla para los países africanos; probablemente en su ejemplo más cruel: la riqueza en recursos naturales se convierte en causa de muerte y miseria para la población.
La ONG Global Witness fue la primera en investigar y sacar a la luz las barbaridades derivadas del comercio de diamantes con la publicación del informe A Rough Trade, en 1998. Este documento expuso el papel de los diamantes en la financiación de la guerra civil angoleña y reveló un problema mundial poniendo en evidencia las prácticas secretas y el papel de la industria del diamante en estos conflictos de sangre, lo que empujó los gobiernos y la industria a tomar medidas al respecto. Es así como nació el Proceso de Kimberley (KP, por sus siglas en inglés), un sistema de certificación gubernamental internacional para poner fin al comercio de diamantes conflictivos.
Tal como han manifestado en numerosas ocasiones la Kimberley Process Civil Society Coalition (KPCSC) y distintas ONG de derechos humanos, se trata de una propuesta limitada e inadecuada debido a una definición muy estrecha de los diamantes conflictivos que excluye el abordaje de la gama más amplia de vulneraciones de los derechos humanos vinculadas al comercio de diamantes, entre otros aspectos.
El 80% de los diamantes se extrae a escala industrial, principalmente, mediante operaciones de minería a cielo abierto o de minería subterránea. En otra dimensión, cerca del 20% procede de la MAPE, que se lleva a cabo de manera informal en un gran número de países africanos, y para la cual suelen emplearse equipos básicos, como tamices y bateas (se trata, sobre todo, de minería aluvial). Ambos tipos de minería presentan sus problemáticas en términos de vulneraciones de derechos y efectos medioambientales, de una forma bastante similar a lo que hemos observado en el caso del oro.
El diamante responsable
Si se sabe que en el sector de la minería responsable hay que ser muy vigilantes porque se trata de un mercado con multiplicidad de intereses en el que muchas empresas poco escrupulosas intentan vender materiales supuestamente éticos bajo de sellos poco fiables, en el caso del diamante toca estar aún más alerta.
En contraste con lo que hemos visto para los metales preciosos sobre la existencia de dos estándares internacionales para la MAPE que certifican su origen responsable y la trazabilidad en toda la cadena de suministro, no hay un equivalente para los diamantes.
Desde nuestro punto de vista, el diamante idealmente responsable todavía no existe. Será el que se extraiga mediante iniciativas locales de minería artesanal y de pequeña escala, de forma respetuosa con el medioambiente, con la garantía de que todas las personas involucradas gozan de unas condiciones de trabajo dignas y seguras, que reciben un precio justo y que lo comercializan proveedores con las mismas convicciones éticas en circuitos cortos y transparentes.
Por esta razón muchas de las firmas joyeras que trabajan con prácticas responsables tienden a apostar por diamantes trazables procedentes de la minería a gran escala en países como el Canadá y Australia, ya que los consideran como la opción “menos mala” pese a las problemáticas a las que también pueden estar vinculados, como los impactos ecológicos o sobre los pueblos indígenas que habitan en estos territorios. Actualmente, los diamantes del Canadá son la opción más recurrente, sobre todo desde el cierre de la mina Argyle en Australia.
Además, en el caso de los diamantes, así como en el de las demás gemas, hay que examinar los abusos que pueden cometerse en otros tramos importantes de la cadena de suministro, como el de corte y pulido. La mayoría de los diamantes se cortan en Surat (India), donde se calcula que unos 100.000 niños trabajan como pulidores y cortadores de diamantes. Muchos de ellos acaban despedidos cuando se les daña la vista. Esto es aplicable de la misma forma a los diamantes canadienses, ya que un 95% de estos diamantes pueden acabar cortándose también en la India.
En este contexto, es tremendamente complicado elegir con qué tipo de diamantes trabajar y, por tanto, hacer recomendaciones al respecto. Sin embargo, las opciones más éticas las hemos encontrado en iniciativas como Ocean Diamonds, que ofrece diamantes marinos naturales que extraen del océano buceadores locales en las costas de Namibia y Sudáfrica, y que posteriormente se tallan en Johannesburgo. Consideramos también la certificación Canadamark y los diamantes procedentes de Botsuana, que podemos obtener a través de diferentes proveedores, incluso los diamantes reciclados y determinadas propuestas de laboratorio como Diamond Foundry. Los diamantes de laboratorio están muy cuestionados como opción de joyería responsable, pero, si realmente existen diamantes sintéticos con huella de carbono baja y creados con energías renovables, merece la pena prestarles atención.
Recientemente hemos conocido el proyecto Diamonds for Peace, una experiencia inspiradora para la minería artesanal de diamantes que tiene lugar en Liberia, de la mano de una ONG japonesa. Uno de sus objetivos de futuro es vincular a las cooperativas mineras con compradores internacionales a través de un exportador autorizado, para que consumidores de otros países puedan tener acceso a estos diamantes extraídos de forma ética. En caso de poder llegar a trabajar con estas piedras, habríamos encontrado el diamante idealmente responsable.
Para ampliar información, consulta el capítulo dedicado a los diamantes de nuestra guía La joyería responsable.